Osiris
fue un dios magnífico, el dios de la vegetación, Osiris, un dios bondadoso y civilizado que enseñó la
agricultura a sus devotos súbditos. Y esa pasión por la siembra y la
recolección ofrece un aroma familiar a quienes hemos sido educados en la cultura
cristiana y en las enseñanzas de Jesús, repletas de parábolas de sembradores,
de espigas y cosechas.
Plutarco
narra, en Los misterios de Isis y Osiris, que este dios decidió un buen día
llevar sus conocimientos a otros pueblos los que buscan ejemplos cristianos
podrían pensar en que salió a predicar su particular buena nueva a los gentiles,
y para no dejar a la deriva el timón de su reino dejó su gobierno en manos de
su hermana y esposa, Isis.
Esa
decisión política disgustó a su hermano Set. Set no se creía inferior, ni mucho
menos, a su hermano Osiris, y fue así como este Judas egipcio comenzó a tramar
la desgracia para su bondadoso hermano, para lo cual se las ingenió hasta conseguir
una camarilla de cómplices que sumaron la curiosa y provocadora cifra de
setenta y dos (7+2=9. Un sospechoso número templario, una enéada oscura).
En
Plutarco leemos cómo, sin que se nos explique la manera en que tal cosa
sucedió, Set descubre la longitud del cuerpo de Osiris en secreto. Y con esos
datos manda construir un arca de madera con la medida justa para acomodar allí
el cuerpo de Osiris. A partir de ese momento, los hechos se precipitan. Se organiza
un festejo (curioso, puesto que a Jesús lo traicionan, supuestamente, tras la
celebración de otra fiesta, la de Pascua), y en mitad del sarao toma la palabra
Set y anuncia a todos los asistentes que regalará el arca a quien se meta en
ella y, como si de una Cenicienta egipcia se tratase, se pueda acomodar en su
interior porque tenga su medida exacta.
Ante
el reclamo del premio, los candidatos no se hicieron esperar, pero, por
supuesto, solo a uno le iba a la medida el cajón: era Osiris. Y no me más que
echarse este en el interior cuando se activó la conjura: manos pagadas sellan
el cofre; manos alertadas clavan los clavos; manos traidoras lo lanzan al río.
¡Era el fin de Osiris!
Aquella
arca maravillosa, ahora convertida en ataúd del Dios, navega por el río de la
vida de los egipcios, llega al mar y no se detiene hasta quedar varada en
Biblos, Fenicia.
A
partir de ese momento, Isis se convierte en protagonista de esta historia, como
luego sucederá con María Magdalena.
La
diosa, esposa y hermana, se echa al mundo y no ceja en su empeño hasta
encontrar a su difunto esposo. Recoge el cadáver y lo traslada, en pálida y
dramática excursión, hasta su casa, pero Set no duerme, porque el mal es
preciso para conocer el bien. Y al poco de llegar el difunto, el hermano malo
de esta historia se apodera de sus restos y los trocea hasta que le queda así
lo que antes fuera Osiris: cabeza, corazón, pecho, ojos, brazos, pies, orejas,
tibias, muslo, puño, dedo, espina dorsal, nuca y falo. Y a este último no lo
citamos en la cola, sirva el juego de palabras, por ser el menos importante,
que no lo es, sino porque ahora mismo lo vamos a echar mucho de menos, como le
sucedió a Isis.
Y
es que Set ordena que esos fragmentos de Osiris se esparzan por el Nilo,
creando así, sin pretenderlo, la cultura de la reliquia. Pero Isis, con la fe
de los dioses y el amor de las mujeres, ahora en compañía de su hermana
Nephtis, emprende la fatigosa tarea de recuperar a su disperso difunto. Y lentamente
va recuperando los trozos hasta que le queda casi completo, pues no hubo manera
de dar con el falo. No obstante, empleando artes mágicas, que ya quisiéramos
conocer, Osiris resucita al tercer día en una pirueta memorable y que todos creeríamos
imposible de repetir si no fuera porque otros dioses solares, y también Jesús,
fueron capaces de emularla.
Pero
no solo eso, sino que vuelto a la vida de tan increíble manera, Osiris, sin
falo que valga, es capaz de concebir con Isis a su hijo Horus. Y siendo así el
apareamiento, habrá que deducir que la esposa no perdió su virginidad, con lo
que en seguida se atan cabos y tenemos aquí a una virgen pariendo a un niño.
Tamaño
milagro tuvo consecuencias espectaculares: probó que tales prodigios eran
posibles y permitió al malvado Set encontrar la horma de su zapato, pues será
Horus quien acabe con su vida.
Será
Horus quien combata contra el mal, y es que hasta en el nombre de Set podemos
encontrar retumbos cristianos (Satán). Y en esas engarras Horus perderá un ojo,
pero eso, que sería fatal para nosotros, no lo es para los dioses, puesto que Thot,
el dios de la magia por excelencia, le coloca el ojo en su sitio a Horus y este
puede volver al combate hasta que finalmente derrota a Set, no sin antes
castrarle.