Dagoberto Gutiérrez
Llegaron de distintos lados y de varias direcciones, algunos de ellos durmieron en Ilopango, en una pensión situada en las orillas del pueblo, en la calle que conducía hacia el lago, algunos otros caminaron desde San Salvador, al fin y al cabo la calle era tranquila y con bastantes carretas.
Del oriente del país llegaron unos ocho, todos artesanos, entre carpinteros, sastres y albañiles; Del occidente llegaron artesanos y también jornaleros y de todas las zonas llegaron campesinos; también fueron llegando, en horas tempranas de la mañana, algunos profesionales y la conspiración caminaba sin que el pueblo de Ilopango se despertara del todo y sin que se dieran cuenta que algunos de los visitantes estaban tocando las estrellas con la frente.
Una pareja de guardias nacionales miró pasar hacia el lago a dos jóvenes campesinos, con alforjas pesadas, les hicieron el alto porque todos eran sospechosos y al registrarlos encontraron una gran cantidad de huevos duros, lo que los hizo mas sospechosos todavía, además iban con ropa bastante limpia y ordenada como si fueran a una fiesta, los interrogaron, les quitaron la mitad de los huevos y la mitad de la sal y no les creyeron que iban para un cumpleaños en las orillas del lago, la misma pareja de guardias vio pasar pequeños grupos de aparentes bañistas, y pensaron que siendo un día sábado y habiendo tanta calor, era bueno que la gente se entretuviera.
En realidad era una procesión sin santo a celebrar, sin música, sin humo y sin crucificado, porque los pequeños grupos nunca se encontraron entre si, y al no conocerse no podían ni mirarse ni conversar; pero al llegar a un punto en el camino polvoriento divisaban un frondoso árbol con una gigantesca cosecha de pitos y un falso en un cerco al lado izquierdo del camino, era necesario entrar por allí y salir de la calle real llena de polvo, de calor y de sol; así lo hicieron todos y mas de alguno se aseguró de una buena provisión de pitos para una futura sopa de frijoles.
Una pareja de bueyes miraba, como con tristeza, como miran los bueyes, a las personas de diferentes edades, diferentes ropas, estaturas y color de piel, que iban pasando lentamente hacia el lago, hasta que se perdían en las barrancas del lugar, ante los ojos de los bueyes nada parecía sospechoso.
Dos horas y media transcurrieron, desde el pueblo hasta el lugar de la reunión: una pequeña casa de adobe, con un repello indeterminado, con corredores de ladrillo de barro y con pasamanos llenos de macetas con geranios florecidos, una mesa grande con un mantel de flores amarillas dominaba el corredor, dos señoras, una de ellas con anteojos de carey y la otra con la cabeza cubierta con una especie de turbante negro, atendían los quehaceres de la cocina situada en un extremo del corredor, una olla grande llena de frijoles con pitos, empezaba a hervir lentamente en el poyetón, mientras las tortillas empezaban a salir de las alforjas de los visitantes.
Los conspiradores revolucionarios fueron llegando y se fueron situando en el corredor de la parte de atrás de la casa, justamente la que daba al bosque, se acomodaron en un grupo de sillas, bancas, troncones, piedras, en el pasamanos y hasta en una hamaca de pitas color verde y amarillo desteñidos.
Allí descansó un rato Miguel Mármol, mientras Farabundo Martí preparaba, febrilmente y afanosamente el orden de algunos papeles que siempre estaba corrigiendo, una y otra vez; moreno con un rostro de campesino, de bigote pequeño pero poblado, de mirada serena pero comprometida, de labios largos y delgados, de cejas pobladas, de cabello abundante, pero no dócil que siempre se peinaba para atrás, de frente despejada y de mediana estatura.
Farabundo parecía poseído por una misión y el mismo parecía ser la misión misma, y así, empezó la reunión, de gente de distinto origen social, pero todos dispuestos a decidir ese día la creación de El Partido Comunista de El Salvador, era el año 1930 y la patria crujía de dolor, y la miseria mordía, como angustia quemante, las entrañas de los mas pobres, el capitalismo se había derrumbado en el planeta y los burgueses se suicidaban en Nueva York, los bancos quebraban y un pequeño puñado de patriotas, decidieron hacer realidad aquella independencia formal de 1821, creando el instrumento necesario para aprender a luchar y enseñar a vencer.
Discutieron toda la mañana, ningún ojo enemigo, ni oído represivo supo nada de la decisión de los titanes, empezaron a circular los huevos duros, mientras los frijoles hervían en el poyetón, atendidos por las dos hermanas, Isaura la de anteojos de carey y Celestina la del turbante negro. Acordaron el nombre: Partido Comunista de El Salvador, aprobaron los estatutos, eligieron una dirección provisional y a Luis Díaz como secretario general, discutieron con atención tensionante, la situación política del país, las informaciones sobre el ejercito, el creciente malestar y la protesta de los campesinos del occidente del país; era sabido que en las zonas cafetaleras cundía la protesta, y se refirieron, a la información proporcionada por el compañero Ama, un indígena que parecía encabezar el reclamo en la zona de Izalco, también se dieron informes sobre la situación de los sindicatos, la federación regional de trabajadores, y se leyeron saludos de la Internacional Comunista, porque aquel grupo clandestino, era dueño de la teoría científica, Marxista Leninista, que sigue ayudando a entender los meandros tenebrosos del capital y la política capitalista planetaria.
Ese partido nació como parte de un movimiento obrero mundial, en un lugar olvidado, en las orillas de un lago con un inmenso ojo que miraba al cielo, rodeados de pájaros y de bosque, pero conectados por una teoría científica, una voluntad de lucha, y un instinto de clase invencible, a la lucha de todos los pueblos del mundo por la justicia y la libertad.
La olla de frijoles con pitos quedó vacía, las tortillas con queso se terminaron y los huevos duros desaparecieron. El grupo se retiró lentamente de la casa y todos, humildes, modestos caminaron directo hacia Ilopango, pero todos camina-ron hacia la historia, hacia la luz y hacia la verdad y lo siguen haciendo.
El Partido Comunista, creado ese día, sigue siendo creado todos los días en todas las luchas de todos los hombres y mujeres que descubren dentro de la realidad, que otro mundo es posible y que otra realidad esta naciendo en todas las peleas de los de abajo. Siempre hay y habrá luchadores y luchadoras que desafíen la oscuridad capitalista para alumbrar la aurora.
Llegaron de distintos lados y de varias direcciones, algunos de ellos durmieron en Ilopango, en una pensión situada en las orillas del pueblo, en la calle que conducía hacia el lago, algunos otros caminaron desde San Salvador, al fin y al cabo la calle era tranquila y con bastantes carretas.
Del oriente del país llegaron unos ocho, todos artesanos, entre carpinteros, sastres y albañiles; Del occidente llegaron artesanos y también jornaleros y de todas las zonas llegaron campesinos; también fueron llegando, en horas tempranas de la mañana, algunos profesionales y la conspiración caminaba sin que el pueblo de Ilopango se despertara del todo y sin que se dieran cuenta que algunos de los visitantes estaban tocando las estrellas con la frente.
Una pareja de guardias nacionales miró pasar hacia el lago a dos jóvenes campesinos, con alforjas pesadas, les hicieron el alto porque todos eran sospechosos y al registrarlos encontraron una gran cantidad de huevos duros, lo que los hizo mas sospechosos todavía, además iban con ropa bastante limpia y ordenada como si fueran a una fiesta, los interrogaron, les quitaron la mitad de los huevos y la mitad de la sal y no les creyeron que iban para un cumpleaños en las orillas del lago, la misma pareja de guardias vio pasar pequeños grupos de aparentes bañistas, y pensaron que siendo un día sábado y habiendo tanta calor, era bueno que la gente se entretuviera.
En realidad era una procesión sin santo a celebrar, sin música, sin humo y sin crucificado, porque los pequeños grupos nunca se encontraron entre si, y al no conocerse no podían ni mirarse ni conversar; pero al llegar a un punto en el camino polvoriento divisaban un frondoso árbol con una gigantesca cosecha de pitos y un falso en un cerco al lado izquierdo del camino, era necesario entrar por allí y salir de la calle real llena de polvo, de calor y de sol; así lo hicieron todos y mas de alguno se aseguró de una buena provisión de pitos para una futura sopa de frijoles.
Una pareja de bueyes miraba, como con tristeza, como miran los bueyes, a las personas de diferentes edades, diferentes ropas, estaturas y color de piel, que iban pasando lentamente hacia el lago, hasta que se perdían en las barrancas del lugar, ante los ojos de los bueyes nada parecía sospechoso.
Dos horas y media transcurrieron, desde el pueblo hasta el lugar de la reunión: una pequeña casa de adobe, con un repello indeterminado, con corredores de ladrillo de barro y con pasamanos llenos de macetas con geranios florecidos, una mesa grande con un mantel de flores amarillas dominaba el corredor, dos señoras, una de ellas con anteojos de carey y la otra con la cabeza cubierta con una especie de turbante negro, atendían los quehaceres de la cocina situada en un extremo del corredor, una olla grande llena de frijoles con pitos, empezaba a hervir lentamente en el poyetón, mientras las tortillas empezaban a salir de las alforjas de los visitantes.
Los conspiradores revolucionarios fueron llegando y se fueron situando en el corredor de la parte de atrás de la casa, justamente la que daba al bosque, se acomodaron en un grupo de sillas, bancas, troncones, piedras, en el pasamanos y hasta en una hamaca de pitas color verde y amarillo desteñidos.
Allí descansó un rato Miguel Mármol, mientras Farabundo Martí preparaba, febrilmente y afanosamente el orden de algunos papeles que siempre estaba corrigiendo, una y otra vez; moreno con un rostro de campesino, de bigote pequeño pero poblado, de mirada serena pero comprometida, de labios largos y delgados, de cejas pobladas, de cabello abundante, pero no dócil que siempre se peinaba para atrás, de frente despejada y de mediana estatura.
Farabundo parecía poseído por una misión y el mismo parecía ser la misión misma, y así, empezó la reunión, de gente de distinto origen social, pero todos dispuestos a decidir ese día la creación de El Partido Comunista de El Salvador, era el año 1930 y la patria crujía de dolor, y la miseria mordía, como angustia quemante, las entrañas de los mas pobres, el capitalismo se había derrumbado en el planeta y los burgueses se suicidaban en Nueva York, los bancos quebraban y un pequeño puñado de patriotas, decidieron hacer realidad aquella independencia formal de 1821, creando el instrumento necesario para aprender a luchar y enseñar a vencer.
Discutieron toda la mañana, ningún ojo enemigo, ni oído represivo supo nada de la decisión de los titanes, empezaron a circular los huevos duros, mientras los frijoles hervían en el poyetón, atendidos por las dos hermanas, Isaura la de anteojos de carey y Celestina la del turbante negro. Acordaron el nombre: Partido Comunista de El Salvador, aprobaron los estatutos, eligieron una dirección provisional y a Luis Díaz como secretario general, discutieron con atención tensionante, la situación política del país, las informaciones sobre el ejercito, el creciente malestar y la protesta de los campesinos del occidente del país; era sabido que en las zonas cafetaleras cundía la protesta, y se refirieron, a la información proporcionada por el compañero Ama, un indígena que parecía encabezar el reclamo en la zona de Izalco, también se dieron informes sobre la situación de los sindicatos, la federación regional de trabajadores, y se leyeron saludos de la Internacional Comunista, porque aquel grupo clandestino, era dueño de la teoría científica, Marxista Leninista, que sigue ayudando a entender los meandros tenebrosos del capital y la política capitalista planetaria.
Ese partido nació como parte de un movimiento obrero mundial, en un lugar olvidado, en las orillas de un lago con un inmenso ojo que miraba al cielo, rodeados de pájaros y de bosque, pero conectados por una teoría científica, una voluntad de lucha, y un instinto de clase invencible, a la lucha de todos los pueblos del mundo por la justicia y la libertad.
La olla de frijoles con pitos quedó vacía, las tortillas con queso se terminaron y los huevos duros desaparecieron. El grupo se retiró lentamente de la casa y todos, humildes, modestos caminaron directo hacia Ilopango, pero todos camina-ron hacia la historia, hacia la luz y hacia la verdad y lo siguen haciendo.
El Partido Comunista, creado ese día, sigue siendo creado todos los días en todas las luchas de todos los hombres y mujeres que descubren dentro de la realidad, que otro mundo es posible y que otra realidad esta naciendo en todas las peleas de los de abajo. Siempre hay y habrá luchadores y luchadoras que desafíen la oscuridad capitalista para alumbrar la aurora.